miércoles, 26 de octubre de 2011

La guanábana podrida


Hay que ser una persona obtusa, ofuscada, fanática y en consecuencia, cerrada, para afirmar que algo puede tener un solo sentido o significado a plenitud. En otras palabras, hay que ser bien terco para decir que tal o cual cosa es exclusivamente bueno o exclusivamente malo. A mi parecer alguien que haga tal afirmación no sabe del principio de acción y reacción o de la dualidad onda partícula de los electrones. Diariamente vemos los titulares de los diarios (medianamente) serios cantidades abrumadoras de noticias negativas, de sucesos espantosos, de las acusaciones, las disputas, las invasiones, las peleas y toda esa infamia que, si nos dejásemos llevar solo por lo que leemos en los periódicos, el Metro de Caracas tendría más baches que la vía a oriente por la cantidad de gente que en sus rieles se lanzase. En fin, con todo esto lo que quiero resaltar es que todo, absolutamente todo, por ley de la naturaleza, tiene un lado negativo y uno positivo – o bueno, un lado negativo y otro no tan malo- .
Si algo le debemos todos los venezolanos nacidos de 1986 en adelante al gobierno, o mejor dicho, a la figura de Hugo Chávez es el que nos haya obligado – por supuesto, con ayuda de los medios de comunicación difamadores, difamados y demás- a inmiscuirnos y curtirnos del tema político de la nación. Y digo esto porque al hablar con personas mayores de 30-35 años y preguntarles por ¿Qué hacían ustedes cuando habían elecciones? Las respuestas más populares no corresponderán precisamente a las palabras: VOTO, SUFRAGIO, COPEI, AD, MAS, ELECCIÓN, POPULAR etc.… sino más bien a otros nombres más pintorescos como: PLAYA, HIGUEROTE, LA GUAIRA, MORROCOY, TELEVISIÓN, CANHA, COLA (pero no frente a un centro de votación sino a la salida de uno de esos pueblos playeros de la costa), etc.… O si no basta con revisar los índices de abstinencia que se registraban por aquellos años 70’s, 80’s y principios de los 90’s, épocas en las que estaba en su auge la ahora tan defendida y epopéyicamente recordada Democracia Venezolana. Quizá este fenómeno era el resultado de una combinación de factores tales como la naturaleza fiestera y vivalapepa del venezolano y el simbólico significado que tenía la transición, o mejor dicho, el cambio de un gobierno a otro; no en balde a esa fracción de la historia política venezolana la llaman – esta vez bien llamada- La Guanábana en alusión al monótono cambio que había en los colores del congreso de blanco (AD) a verde (COPEI) y de verde a blanco. Todo esto – salvo quizá el primer periodo de Carlos Andrés Pérez y el famoso viernes negro transcurrido durante el mandato de Luis Herrera Campins- sin que ocurriese mayor cambio o mayor repercusión en la vida de los ciudadanos. Hablando en cristiano, era la misma vaina el que mandaran los adecos o los copellanos, igualmente aquí la gente no iba a dejar de estar más o menos jodída por un cambio de gobierno, de modo que el interés que podía causar en la población la elección de un mandatario, paradójicamente, era poco.
Hoy en día las cosas han cambiado y mucho. Todos aquellos que crecimos escuchando la comparsa de “Uh! Ah! Chávez no se va!”, y a los que apenas nos alcanza la memoria para recordar las fugaces cadenas de Caldera y su incomprensible manera de hablar en baja resolución televisiva, hemos estado desde siempre sumergidos en un clima arduamente político, sumamente polarizado y sumamente violento y excluyente. A todos los que nos ha tocado ver – y en caso de algunos padres irresponsables que llevaban a sus hijos de 11 años a las marchas de oposición en el 2001 – ser parte de esta película, o de este capítulo de la épica griegamente infame de la política venezolana y de la historia venezolana. No hay hogar en Venezuela en el que al menos por una vez, en una ocasión, no hubo una disputa entre familiares por diferencias en las dizque creencias políticas de cada quién. No hay un solo hogar en Venezuela en el que no se hayan caldeado las aguas por andar hablando de política; la incidencia del tema político en la familia venezolana ha sido tal, que resulta – o quizás ya es parte del pasado- mejor hablar de religión entre musulmanes, cristianos, mormones y judíos que hablar de política entre chavistas y anti-chavistas.
Yo tengo la firme creencia de que la gente – aparte de lo que come y lo que hace – es el resultado de lo que le dicen. Todos los que pertenecemos a esta generación, algunos en un grado mayor o menor que otros todo depende del entorno de cada quién y las neuronas que le dio la Divina Providencia a cada uno, nos hemos criado entre la eterna pugna, la eterna tertulia, el eterno debate entre una postura política, social-moral y la otra. Todos hemos sido testigos de la peleíta entre La Hojilla y Aló Ciudadano por la sintonía del Prime Time de la ya infame televisión venezolana ­– aunque no hay duda de que el premio honorífico a la infamia se lo llevan Mario Silva y su Hojilla, y media cabeza atrás está el viejito ese soez e infame de “Los papeles de Mandinga”-
La necesidad – que es la madre de todas las ideas – nos ha puesto en la obligación de aprender, de entender, o mejor dicho de descubrir, como es que se mueve la política en Venezuela, y en consecuencia, como es que se mueve la cosa en las esferas del gobierno. Es decir chico, las circunstancias nos han puesto en una situación en que las características (deplorables casi todas) de la manera en que se hace política y en que se llevan las riendas de la nación venezolana son tan, pero tan fácilmente evidenciadles, que para no verlas hace falta quizá un poco más que ser ciego, sordo y mudo, - bueno, ese “poco más” es ser idiota, y tengo mis razones para pensar que no es una posibilidad demasiado descabellada-.
En definitivas cuentas, Venezuela es un país que nunca ha tenido que sortear situaciones prolongadas demasiado difíciles; quizá la situación – llámese como se llame, bien sea Revolución, Crisis o alguna otra de esas ridiculeces que dicen los comunicadores sociales – que se nos presenta hoy en día sea una oportunidad para que el pueblo venezolano crezca a partir del sufrimiento, del ensayo y del error, de la memoria indefectible que generan las cicatrices, y aprenda de una vez por todas que los errores se pagan caros, que los actos tienen siempre sus consecuencias y que las mismas son directamente proporcionales a la magnitud de los mismos; pero principalmente que aprendamos de una vez por todas que nada es demasiado malo como para que dure tanto y que nada es demasiado bueno como para que siempre sea verdad.