El
problema que surge al tratar de explicar este suceso es que Dios en principio
nunca muere, y nunca muere porque se supone que su característica de
omnipotente le permite imponer su voluntad por encima de cualquier otra,
inclusive, sobre la de la misma muerte. Un ejemplo claro de plenipotencia
divina es la leyenda griega de Hércules, el cual a pesar de haber nacido mortal,
gracias a las hazañas realizadas frente a bestias terribles logró vencer a la
muerte y alcanzar la vida eterna; cabe mencionar que en dicha epopeya nunca se
menciona que Hércules se haya tratado sus padecimientos con médicos cubanos,
personalmente pienso que en efecto no lo hizo. Evidentemente que del dios del que hablo no es del Dios
religioso (sea cual sea la religión o concepción teológica), o de la paráfrasis
infame que es la Diosa Canales, hablo
del dios político-mediático-económico
venezolano de los últimos 15 años, hablo pues de Hugo Chávez, quien fue dios y que falleció públicamente el día
martes 05 de marzo de 2013.
Decir
que Hugo Chávez era un dios política,
mediática y económicamente hablando nada tiene de exageración. Recordemos que
una de las principales características divinas es el control pleno y absoluto
de todo cuanto ocurre en el universo, en este caso, en el universo político,
económico y mediático venezolano. Recuerdo un discurso de Jorge Olavarría
durante una de las primeras rendiciones de cuentas de Hugo Chávez ante la
asamblea nacional, donde el diputado acusaba al presidente de haber trasgredido
los límites de su investidura y del poder ejecutivo, al punto de creerse el
Estado mismo, amenazando con pasar por encima de la autonomía del resto de los
poderes de la república justificándose con el pretexto de que él era la
voluntad del pueblo, y siendo el pueblo soberano y plenipotenciario, él podía
entonces actuar de igual manera. El cierre de medios de comunicación como RCTV,
el encarcelamiento de los comisarios de puente Yaguno, de la jueza Afiuni, las
inhabilitaciones políticas, los sicariatos judiciales que se ordenaban desde la
vicepresidencia como delató Aponte Aponte, las expropiaciones injustificadas,
en fin, todos estos hechos son prueba de que la voluntad de Hugo Chávez era santa palabra y que esta debía cumplirse
sin importar que se trasgrediese lo establecido en la constitución porque al
fin y al cabo él lo hacía por el bienestar de todos. Más profético y más
preciso no pudo haber sido Olavarría en su vaticinio. La clara ausencia de
autonomía de los poderes constitucionales que existe en Venezuela es otra
prueba fehaciente de la condición divina de Chávez; más que un presidente, el “Comandante” transformó a la república en
una especie de aldea donde él se
erigía como cacique por mera aclamación nacional. No es casualidad que cada vez
que se hacía una protesta en el país los afectados dirigiesen sus repudios
hacia las instancias inferiores al presidente y no a él, porque Dios nunca se
equivoca; y por el contrario, elevasen sus plegarias al comandante, quien todo lo podía y tenía misericordia infinita por
sus hijos. Y en efecto era así, el único elemento que podía trasgredir las
barreras de la inoperancia, la corrupción y la estulticia de los secuaces de la
revolución era la voluntad de Chávez, que con su voz altiva y su mano izquierda
podía poner a funcionar todo cuanto estuviese al alcance de su gobierno, e
incluso intentó controlar aquello que por naturaleza le era imposible gobernar
como el mercado, los husos horarios y
la muerte; así como Mugabe.
Indudablemente
la divinidad chavista no solo se evidencia en cuanto a su poder sino también a
la relación sentimental-espiritual
que une su figura a sus seguidores. Son innumerables los testimonios de
acólitos chavistas que asistieron al traslado de sus restos desde el hospital
militar a la academia militar que aclaman a toda voz que el difunto presidente
era como su padre, su protector, su camarada, su amigo, su hermano, su
redentor, su libertador etcétera. La Biblia dice que todos somos hijos de Dios
y que este nos creó a su imagen y semejanza, por tanto debemos querernos y
respetarnos así como él lo hace con nosotros. Evidentemente, Chávez no pudo
haber sido capaz de semejante epopeya, solo tuvo 4 hijos y realmente dudo que
estos sean la imagen y semejanza de su padre. Sin embargo, El Comandante en efecto era el reflejo y semblanza de la mayoría
popular que representaba, lo expresaba a través de su lenguaje, simple y llano
sin demasiadas complicaciones y más bien con numerosas falencias; con su
vestimenta sencilla y alejada de los privilegios lógicos de un presidente; con
sus orígenes pobres y carenciados al igual que los del 80% de la población; e
incluso con su etnicismo quemado y recio como el hambre y la pobreza del ciertamente
olvidado pueblo venezolano. Quien haya sido el autor del slogan “#YoSoyChávez”
fue un individuo muy astuto – me atrevería a afirmar que fueron los Castro –
porque a través de esta identificación lograron internar a la persona del líder en el ser de cada uno de sus
seguidores, dejando abierta la puerta para que su vida continuase aún después
de su propia muerte. Lo dicen los sacerdotes católicos en las iglesias: “Cristo vive en cada uno de nosotros”, y
estoy seguro que las personas religiosas de verdad creen en ese discurso. No
hacía falta que Chávez crease a nadie ni que se trasformara al concepto de
líder ideal, porque su misma forma de ser, su propia esencia lo conectaban al
pueblo en una identificación que se adaptaba a las características de cada
persona, según sus condiciones y necesidades Chávez podía ser el padre, el
hermano, el maestro, el loquesea de cada venezolano que encontraba en él un
similar a sí. Más allá de la sátira, Hugo Chávez fue heroico al demostrar que
Venezuela es el país de las oportunidades y de las posibilidades, a través de un
ejemplo tan increíble y singular que hace recordar a Jesucristo. Personalmente
pienso, que si un hombre nacido con las carencias que nació él, con las
adversidades que enfrentó y con lo desfavorable del panorama en que se
desenvolvió, yo y cualquier individuo es capaz de lograr lo que sea que se
proponga si coloca el empeño y la perseverancia suficientes, y cuenta con un
poco de suerte. Esa enseñanza también es divina y me hace recordar a las del
evangelio.
Pero
el problema que surge al tratar de explicar esto es que Dios en principio nunca
muere. Chávez convenció al pueblo de que él era Dios y logró convertirse en
ello, pero para su desgracia no logró convencer a Dios de que él también lo era
y por ello no pudo escapársele a la muerte como si lo hizo Hércules. Ahora todo
su pueblo se siente acéfalo, desamparado y desprotegido, y en medio del sol y
el llanto fervorosamente espera que a los 30 días su redentor resucite entre los votos en el cuerpo de un camarada que fue ungido por él mismísimo
como sucesor de su leyenda, y que es vicepresidente de la aldea que su padre fundó.
La omnipotencia de este Dios se limita al corto plazo de la historia venezolana,
con el pasar de los tiempos su palabra se irá quedando atrapada en el vinilo de
las cintas que recogen su vida y se irá enmudeciendo como el tiro sordo de las
balas que saltan al aire conmemorando su deceso. El fin de la epopeya de un
mortal - que surgió del barro y la broza - marca el comienzo de su des-beatificación,
y a menos de que venga un Constantino y reimponga el credo a su persona, quiérase
o no ya Dios ha muerto.