jueves, 3 de noviembre de 2011

El derecho de nacer

Por allá por 1948 en la Habana, Cuba se difundió por primera vez la radionovela “El Derecho de Nacer” del maestro Felix B. Caignet a través de CMQ radio para toda la audiencia cubana. Esta primera entrega del trabajo hecho por Caignet e interpretado por un grupo de importantes “radioactores” como Maria Valero y Carlos Baldia, marcaría el comienzo de la historia de una de las más populares y reproducidas novelas destinadas al entretenimiento en la historia latinoamericana. No muchos años después de esta primera edición, “El Derecho de Nacer” sería reproducida en diferentes formatos, interpretada por diferentes actores y dirigida a las más diversas audiencias en todo lo largo y ancho de la región latinoamericana. Pasaría a ser la primera “gran superproducción” de la telenovela venezolana, alcanzaría los más altos rankings en las carteleras de los cines mexicanos y llevaría al estrellato a muchos de los insipientes actores del, también insipiente, mundo de la telenovela latinoamericana.

La trama de la novela consta de dos partes fundamentales; la primera es el génesis de la historia cuando una joven que acude con el doctor Alberto Limonta a pedir que se le practique un aborto ya que no se sentía verdaderamente decidida a dar a luz al niño que se estaba formando en sus entrañas. La segunda parte es el desarrollo de la historia que comienza a relatar el doctor Alberto Limonta. Esta parte de la novela, que es el grueso en sí, cuenta la historia del doctor Limonta y como su vida, producto de un embarazo indeseado de María Dolores del Junco (su madre), a través de una serie de coincidencias y conjeturas afortunadas logra crecer y desarrollarse a pesar de que su existencia misma, en un primer momento, fue indeseada por su abuelo, Don Rafael Limonta, quien intentó darle muerte para “proteger la imagen de la familia”. Finalmente, Alberto Limonta termina salvándole la vida a través de una transfusión de sangre a su abuelo, Rafael Limonta, el mismo que desde el comienzo de sus días intentó acabar con su vida.

Una vez dicho esto, voy a enlazar la historia del maestro Félix Caignet con una frase que pronunció Sir Winston Churchill, primer ministro británico durante la segunda guerra mundial, ganador del premio Novel de la Literatura (1953) y del premio Novel de la Paz (19XX), “El que no ha sido comunista cuando joven no tiene corazón, pero el que lo siga siendo de adulto no tiene cerebro”. He allí el dilema.

Siempre me ha parecido que de lo mejor que uno puede hablar es de aquello que uno más conoce, por ende voy a hablar de la realidad en la que vivo (porque también me parece que realidad hay más de una) y que en consecuencia conozco bien y puedo hablar con propiedad de ella.

Venezuela es un país cuyas bases se encuentran principalmente en la colonia española que tuvo lugar desde la primera mitad del siglo veinte hasta la independencia definitiva de la nación en 1824, y sin embargo. Nuestra sociedad se ha caracterizado por tener a la familia como célula, o unidad constitutiva fundamental, de la población organizada; a su vez la familia venezolana, en su mayoría, se edificó o se edifica (no estoy seguro de esto último) alrededor de los valores y principios de la iglesia cristiana, la cual, tiene y ha tenido desde la época de la colonia, una influencia muy fuerte sobre la mentalidad del venezolano. A su vez, dentro de la sociedad venezolana hay un importante componente de superchería, superstición y creencias no científicas que combinadas con los valores cristianos y los hábitos de consumo, también heredados de otro tipo de colonia, constituyen la particular manera de pensar de la mayoría de los venezolanos. Del mismo modo, dentro de las familias conservadoras y entidades públicas venezolanas existe un exacerbado respeto a la jerarquía de los miembros de una asociación, llámense papá, mamá, coronel, teniente, sargento, oficial, superintendente, encargado, ejecutivo etc. Quizá sea como consecuencia del proceder insensato y burdo con el que los españoles impartían sus órdenes a negros e indios esclavos los cuales perecieron (más como consecuencia de su ignorancia que del látigo y la espada) pero dejaron su huella muy bien marcada en los resabios de la sociedad venezolana que ya todos conocemos.

Ahora bien, los jóvenes venezolanos vivimos una situación político-económico-social sumamente polarizada y caracterizada por los grandes extremos encontrados en insanos recintos urbanos como los son las ciudades venezolanas, por citar un ejemplo. Para nadie es un secreto, y esto ya lo he hablado antes en este blog, que el clima (y con clima me refiero a la situación político-económica y social) que se respira en buena parte de Venezuela es sumamente tenso cuando a posturas políticas se refiere; es complicado mantener una conversación en buenos términos con alguien que no comparta tu postura, tu ideología política o tu filosofía de vida. Es más probable que la conversación se acabe sepultada por el tabú del “no conflicto” a que esta se derive en una golpiza, es cierto, pero también es cierto que de tragarse las palabras a más de a uno le ha dado embolia.

Históricamente, los grandes cambios que suceden en cualquier medio de manera abrupta son conocidos como revoluciones; a su vez las revoluciones de corte político y más aún, de corte social, han sido ideadas, promulgadas, lideradas y ejecutadas por la facción más joven de la población. Es ese ejército que posee una voluntad inquebrantable para defender los ideales más puros y más sensatos, dispuesto a arriesgar lo más grande y más valioso como es la vida para procurarle de la manera más desinteresada el bien a la colectividad. Es el clamor del pueblo bajo un solo nombre y un solo rostro casi siempre barbudo llamado: Juventud. Jóvenes que después se convirtieron en hombres como Fidel Castro, Simón Bolívar, Alí Primera, Martin Luther King Jr, Ernesto “Ché” Guevara entre otros, son el recordatorio histórico del peso que tienen los jóvenes, de la responsabilidad que tienen de luchar por condiciones que les prometan un mañana mejor, que les permitan soñar que su juventud (La juventud es todo el tiempo que nos queda por delante”) pueda transcurrir mañana en un mejor clima que en el que transcurre en el presente. Es su función, es su naturaleza creer y luchar por ello. Es derecho natural de la juventud luchar por un mejor futuro; es derecho natural de la juventud hacer revoluciones que conlleven a sacar los errores del pasado para dar lugar a los aciertos del mañana. Es así, es un ciclo natural. Es un derecho, como el derecho de nacer que tiene cada ciudadano aun no nacido.

Ahora una buena pregunta sería: ¿A dónde quiero llegar con todo esto? Y la respuesta sería la siguiente: En el clima polarizado en que vivimos, fruto de la labor de ciertos sectores radicales que así lo han propiciado, es condenado el tener ideas divergentes con la que impera en una asociación, llámese familia, llámese empresa, oficina etc. A todos los venezolanos, pero en especial a los jóvenes, por su condición de sub-alternos dentro de la estructura jerárquica de la cuál hablé antes, se nos ha cuarteado el derecho a disentir porque la sociedad considera este acto como desleal, casi como una traición, y la propia sociedad se encarga de enjuiciar, castigar y segregar a aquellos que hozan pensar distinto.

Los jóvenes, indistintamente de su condición económica o social están unidos por su aspiración común a un futuro mejor. Esta parcialización brutal y absurda que existe en el país ha disminuido las fuerzas de la juventud e inclusive los sectores más radicales han pretendido, y en algunos casos lo han conseguido, utilizar la bandera de la juventud para beneficio de su causa particular. Estas infames condiciones desestimulan y afectan la capacidad del joven de revolucionar (“Revolución es cambiar lo que debe ser cambiado” Bian Oscar Rodriguez Galá) y en consecuencia el país entero pierde perspectivas de progresar. No es justo que por hablar de revolución, de cambio, de progreso, de hambre, de miseria, de empresas, de paz se quiera juzgar o censurar la voz de quienes claman por una Venezuela mejor. No es justo que se quieran apilar las mentes en bloques según su pensamiento, y lo que es aun más infame, que este juicio venga dado por el entendimiento que tenga un macaco (que son todos los que practican esta infamia) tenga de tal o cual palabra. No es justo y mucho menos permisible que la juventud deba callar y obedecer a la opresión de las generaciones pasadas que los colocaron en el atolladero en el cual hoy se encuentran y del que hoy no les quieren dejar salir.

Luchar es para los jóvenes un derecho, es un deber que tenemos todos los jóvenes. Es como El Derecho de Nacer del maestro Caignet; cuartearlo es impedir que la coincidencia y el azar, en unas ocasiones, y la determinación, la constancia y la pasión, en otras, se hagan presentes para cambiar con las imberbes manos de la juventud el quebrantado esqueleto de un país. Como jóvenes es nuestro deber hacer cumplir nuestros derechos. Pero más importante aún, es no permitir que se borre de nuestras mentes el derecho a luchar, que es para cualquiera que aprecie su vida y su futuro, independientemente de su condición, como el derecho de nacer.