miércoles, 14 de diciembre de 2011

Centauros


En verdad no creo que durante los tiempos en que la mitología griega no era mitología y esta se paseaba por los campos de la península helénica y las aguas del Caspio, los centauros o como les dicen ahora, los motorizados, pasasen tantas penumbras como las que pasan hoy en día. Eran otras épocas, argumentarán algunos, en las que se podía galopar libremente recogiendo manzanas por las praderas de Tebas y Miconos sin la vertiginosidad con la que los centauros de hoy deben sortear los mil y un contratiempos que ofrece el valle frondoso convertido esa infamia que los hombres blancos llaman Ciudad. ¡Qué incómodo hubiese sido para Quirón educar a los dioses con todo el bullicio de los autos y las busetas! ¡Qué oscura hubiese sido la suerte de Pholos al comandar sus ejércitos al servicio de Hércules por las destrozadas avenidas del centro de Caracas! Cuántas hazañas cuadrúpedas no se hubiesen visto frustradas por el atropello de una camionetica sin retrovisores, cuántas muestras de valentía y lealtad no hubiesen desaparecido en medio del smog que contamina los corazones de quienes cabalgan su ser sobre la línea blanca del peligro.

Hoy en día estos hombres “motorizados” toman las calles de la Sucursal del Cielo con los primeros rayos de luz que van calentando el valle hasta llenar de infiernos las calles de la Sultana. Ofendidos y satirizados por la cruz de la reputación, delincuentes y trabajadores comparten las desdichas de un gremio cuya maldición solo es comparable con la cantidad de miembros de su sindicato inexistente. Como avispas alborotadas fomentan el caos y el desorden en medio de los canales de todas las arterias viales de la capital; provocan en su andar todo tipo de caos sobre la línea a veces blanca, a veces imaginaria, que como hormigas transitan a un costado de los bachacos. Vistiendo siempre el parachoques, el quema-coco, los parales, la defensa trasera y las compuertas de sus vehículos, trabajadores se diferencian de delincuentes por el contenido de sus valijas y la parilla a sus espaldas.

Algunos llevan recados, cheques y paquetes para cambiarlos cada quincena por el pan piche de cada día, otros cargan a sus preparados socios de la compañía del delito, armados con pistolas de teipe o de acero, siempre listos al ataque como la torreta de un Jeep americano en los campos de Normandía. Esclavos de su nombre, continúan su camino hacia el “mañana” sobre la Bera, Empire, Susuki, Vespa, AVA etc de sus amores; fieles al aceite dos tiempos y al agua en los talones.

A merced del clima y la policía, buscan su abrigo bajo los escasos techos que la vida dispone. Cualquier parada de metrobús, cualquier banquito de plaza, cualquier árbol frondoso y cualquier puente de autopista siempre serán buenos para refugiarse de una naturaleza que a fuerza de goteras y resbaladas les recuerda cada día nuboso que no son bienvenidos como habitantes de esta tierra.

Al final del día, solo el sudor de los cascos y el recuerdo de los retrovisores rotos pueden reconfortar la jornada de un motorizado, que vuelve a su morada y se desprende de las extremidades que la industria le ha dado, para reunirse con la vida y dejar atrás su faceta de centauro moderno, hijo de la aberrada combinación de equino y hombre, para reencontrarse con la humanidad que le permite levantarse cada día para sobrevivir hoy, y quizás soñar con un mejor mañana.