lunes, 9 de agosto de 2010

Ojos que no ven


Desde hace tiempo he estado diciendo que el enemigo más peligroso y terrible que puede tener un ser humano es la ignorancia y ahora que escribo con cotidianidad en este blog he dejado constancia de ello en cada una de mis notas, en las cuales he argumentado como este “sujeto” se convierte en un terrible acecino sigiloso. No en balde desde que me di cuenta de esta verdad, no he cesado en mi deseo de contribuir en la limpieza de los nublados espejos de las mentes venezolanas, empezando como en esta oportunidad, desde aquellos que tengo más cerca como lo son mis amigos y familia.

Esta vez todo comienza con la reacción que se hizo notar en la gente después de la re-emisión de un reportaje hecho por un grupo de periodistas españoles que fue transmitido por la cadena CNN en español. Y digo que dicha reacción se hizo sentir notoriamente porque el inicio del facebook se llenó de comentarios alusivos al programa y algunos otros comenzaron a escribir pequeñas reflexiones y sus propias conclusiones sobre la realidad reflejada en el programa, cosa que sabemos no es común cuando se trata de temas como este. Pues bien, era evidente que esta manifestación de cordura estaba motivada porque aquel programa había mostrado una información y una realidad desconocida para (al menos la mayoría) de quienes vieron el programa, la cuál se encuentra plagada de argumentos y situaciones suficientes como para alarmarnos. Y más aún cuando esta situación es (paradójicamente) la nuestra.

Entonces fue la información el factor que sacó a la gente de su desconocimiento de una situación alarmante y los puso en un estado de preocupación y alerta que solo fue posible de esta manera. Es decir, sacó a la gente de su tranquilidad que tenía de madre a la mera ignorancia. Es en consecuencia el desconocimiento de un problema lo que produce su proliferación y la inobservancia de quien lo padece o padecerá; y es esa misma ignorancia la que genera esa falsa tranquilidad en quien no sabe lo que se le encima. Es por eso que existe aquel dicho que dice: “Ojos que no ven . . . corazón que no siente”

Venezolanos: todos, apáticos: la mayoría, conclusión: mayoría ignorante de sus propios males. Lamentablemente es así y es una realidad que va tomada de la mano con la propia idiosincrasia del venezolano, el cual históricamente ha demostrado que se le es más fácil y más cómodo meter la cabeza en el hoyo como el avestruz que hacer frente al conflicto. Es esta una franca y cruel verdad que ha sido escenificada desde siempre, y desde Bolívar cuando entregó a Miranda a los españoles hasta nosotros cuando pasamos el día sin leer noticias, es parte del día a día y del ser venezolano.

Está más que sabido que la única manera de eliminar un conflicto es enfrentándolo, y que la evasión del mismo solo permite el crecimiento del problema y hace más grande el coraje necesario para vencerlo. Una sociedad que ignora lo que sucede no tiene argumentos para luchar contra lo que le ataña, una sociedad apática a conocer las verdades es una sociedad que calla, que acepta y que otorga, o como dice el dicho: una sociedad que muere callao’. Evidentemente la ignorancia genera una falsa atmósfera de tranquilidad que es realmente más peligrosa que el tormentoso clima de la guerra, porque no hay peor asesino que el que mata sigilosamente por dentro. Es como el que llevaba una buena vida hasta que le detectaron cáncer, es como el que estaba feliz hasta que le dijeron que tenía SIDA. La delincuencia, la corrupción, el vandalismo, el abuso, la marginalidad son cánceres y sidas que padece esta sociedad porque el conformismo de su pueblo se lo permite. Acuérdese que “el guapo es guapo hasta que el cobarde se lo permite”

Lamentablemente la ideología del venezolano se hace responsable nuevamente. Y es que para todos es más fácil hacer caso omiso de la situación siempre y cuando de esta manera se mantengan resguardados sus intereses personales. Una muy cara decisión tomó esta sociedad cuando decidió la tranquilidad de la felicidad que la amargura del conocimiento. La convicción del peso de esa situación me llevó a decirme una vez: “más vale la amargura de la verdad que la alegría de la ignorancia” Meter la cabeza en el hoyo como los avestruces no conduce a ninguna parte y mientras más largas se le de al asunto más largo es el camino de vuelta. A fin de cuentas hay que tener claro, que al que cierra los ojos para no ver el sol . . . los párpados se le achicharran.

Finalmente hago un llamado a la reflexión sobre la importancia que tiene estar informado y consciente de los problemas por los que se encuentra rodeado, inclusive cuando esto cueste una rabieta en la mañana mientras escucha a César Miguel Rondón. En todos los campos, incluso en el absurdo terreno de la guerra, dicen que es mejor tener al enemigo localizado de cerca que perdido de lejos. Entienda usted que su mejor arma es su conciencia, su prevención y lo que tiene metido en su cabeza.

Dios le bendiga.

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