miércoles, 12 de septiembre de 2012

Con el morral a cuestas - Europa 2012 - día 2




DIA II

La ley de Murphy dice “si algo puede salir mal, saldrá mal” y desgraciadamente, a pesar de que no responde a ninguna explicación científica, el adagio es casi una verdadera ley ya que en la mayoría de los casos se cumple.


 Luego de descender del avión y transitar los pasillos de la T1 del aeropuerto de El Prat de Barcelona, todo hecho de cristal, moderno y resplandeciente por la intensa luz de verano que llenaba de color los pasillos que inundan las cintas transportadoras me dirigí hacia la zona de aduanas y control de inmigración. Durante todo el viaje tuve adosado a mi cuerpo un bolsito cruzado de color azul que, hasta ese momento, había estado repleto de papeles y documentos que había llevado de Venezuela con la finalidad de que me sirvieran como soporte para demostrar el carácter turístico de mi viaje y mi arraigo en Venezuela, tal y cual como me había dicho la funcionaria del consulado español en Caracas donde había ido a pedir información sobre una carta de invitación. Al momento de elegir la taquilla de inmigración en la cual realizar el trámite me la pensé bien; había una fila donde el funcionario se veía amable, no parecía un celador de futuros, pero en esa cola delate mío se encontraban un grupo de personas con rasgos indígenas, probablemente ecuatorianos, donde una de las mujeres se encontraba embarazada y sinceramente no tenían el mejor aspecto, de modo que esa taquilla quedó descartada. Había otra que se encontraba sin cola pero el funcionario tenía un aspecto de ogro ineludible; era un hombre mayor con bigote, lentes y el ceño fruncido probablemente por una vida de tratar con extranjeros y  de troncharles los planes a los viajeros, de modo que esa también quedó descartada. Había una tercera que solo tenía un par de personas en la fila, la funcionaria se veía alegre, ya el hecho de que fuese una mujer ayudaba un poco (todo según mi pesquisa sherlockholmica hecha en menos de 30 segundos) y además no daba signos de amargura, de modo que decidí ir por esa taquilla. Armado del arsenal de papeles y documentos llegué a la taquilla donde le di las buenas tardes a la funcionario quien con una sonrisa me devolvió el gesto diciéndome también buenas tardes y pidiéndome, con mucha amabilidad, mi pasaporte. El trámite que tanto sueño me había quitado, que me había generado un terror que estaba alimentado por la supuesta mala experiencia de mi prima en Paris, toda esa imaginaria abominación se redujo a este diálogo: 

- Te vas a quedar en casa de alguien o en hotel? 
- No, me quedo en un hotel.
- Y tienes reservación? 
- Si
- Permíteme verla por favor
- Aquí tienes
- Y viajas solo? Te gusta viajar solo?
- Si, en plan de aventuras (risas)
- (risas) pues que valiente, venga, te deseo suerte. - (martillazos de sello)
- (risas) Muchas gracias
- Venga, hasta logo, que tengas buen viaje

Y así fue como todos los papeles de mi seguro de viaje,  la copia del documento de propiedad del nuevo apartamento,  los estados de cuenta de las tarjetas de mi mamá y mi papá, míos y la carta especialmente dirigida a las autoridades de inmigración escrita por mi padre fenecieron y pasaron de ser soporte técnico a mero y simple estorbo en el bolsito que estaba atiborrado de cosas. Hecho esto, me dirigí aun en compañía de Joseph a la correa donde esperaría mi equipaje. En el ínterin se me acercó una chica de Vodaphone a ofrecerme una sim card gratuita para usarla en mi móvil y hacer llamadas al exterior, resultó que la chica era chilena y que planeaba volver a su país porque ya en España no había más laburo.

 Dicen que el que espera desespera y desespera más rápido si necesita de lo que espera, y es cierto. Pronto comenzaron a salir las maletas, no pasó mucho para que Joseph encontrara las suyas y se despidiera, no sin antes decirme que si por alguna razón me ocurriese algún inconveniente que lo llamase y que él con gusto me ayudaría, eso fue loable de su parte, que Dios lo bendiga. Vueltas y vueltas dio la correa llevando maletas desde las entrañas del aeropuerto hasta las manos de sus dueños pero mi maleta azul nunca salió de aquel canal oscuro; la cinta se detuvo, no salieron mas maletas y junto conmigo varios nos llevamos las manos a la cabeza al ver que nuestro equipaje no aparecía. Yo y mis compañeros de infortunio nos dirigimos hacia un mostrador y luego a otro donde nos dijeron que esperásemos un momento a que rastrearan nuestro equipaje. Durante ese momento aproveché a salir de la zona de equipajes hacia la parte exterior del terminal para buscar a mi primo y su novia con quienes había quedado de verme. Al no verlos en medio de la multitud, se me ocurrió llamarlos pero no conseguí ningún locutorio ni teléfono público, de modo que volví a entrar a la zona de equipajes, luego de hablar con un señor con una camisa amarilla estridente que me dejó pasar. Una vez en el mostrador me dijeron que mi equipaje se encontraba en Bogotá, Colombia; que no me llegaría ese mismo día y que era preciso que me dirigiese al mostrador de Avianca a ver que podíamos hacer. Me dieron una facturita que guardé como oro durante todo el viaje, y al salir nuevamente hacia la parte exterior del terminal vi a mi primo y su novia y fue un alivio. Después de saludarnos vino la pregunta “?y tu maleta?” a lo que respondí “(…) no llegó tengo que ir arriba a consignar un papel” y sucesivamente tomamos el ascensor (porque es un aeropuerto que tiene varios pisos) hasta donde estaba el mostrador de Avianca. Allí me dirían que mi equipaje me sería entregado el día 18 de agosto en horas de la mañana y se me dio una pírrica compensación de 65 euros por la demora del equipaje, tú me dirás. No sé por qué me sentía tan absurdamente despreocupado y confiado en que la aerolínea cumpliría a cabalidad su palabra y que no tenía nada por qué preocuparme, quizás fue la emoción del momento o el simple hecho de que actué como un irresponsable. Una vez en posesión de la compensación y la falsa promesa tomamos un bus hasta la terminal donde se toma el tren que va hasta la ciudad; a penas abandoné el oasis de aire acondicionado de El Prat pude darme cuenta de cómo se sentían 38 grados de temperatura en medio del verano español. Compré un ticket multiviaje (T-10) del cual había leído por internet antes de viajar y nos sentamos a esperar bajo el sopor de las 4 de la tarde a que llegase el tren a la ciudad. 

Nos subimos al tren y en menos de media hora estábamos en la estación de Barcelona Sants, estación que visitaría en numerosas ocasiones, todas las veces en las que iría y vendría del aeropuerto y también cuando tomé los trenes a Barcelona y Figueres, al final me la conocí de memoria. Estando en esa estación y también sintiéndonos vulnerados por el hambre, entramos a un Mcdonnalds y allí conocí el amor. Allí descubrí a las cheeseburgers de un euro las cuales serían mis más fieles compañeras durante el viaje. Si mal no recuerdo me comí tres de estas hamburguesitas y me tomé un refresco (porque como notarán luego el tema de la deshidratación y el agua en verano es un tema serio) y así repusimos energías para la larga caminata que nos esperaba. Luego tomamos el metro hasta Plaza Espanya donde supuestamente me vería con mi amigo Pony con quien supuestamente me quedaría todas las noches que estuviese en Barcelona. Llegamos a plaza Espanya y allí comencé a tomar fotos y no pararía hasta que tomase el avión de Barajas a El dorado el día 5 de agosto, en mi viaje de vuelta. Caminamos buscando la dirección de Pony y después de preguntar un par de veces fuimos a parar a un barrio un medio feo donde estaba el edificio donde vive Pony. Le escribimos un montón de veces y no me respondió sino hasta la noche cuando ya me estaba quedando con mi primo. Luego de eso emprendimos la búsqueda de ropas para estar el par de días que en principio estaría sin equipaje. Primero entramos a un centro comercial que solía ser una plaza de toros. Allí solo dimos un par de vueltas ya que era inadecuado para comprar lo que necesitaba con la plata de la que disponía, de modo que acertadamente nos fuimos hasta La Rambla en metro donde terminaría por comprar la ropa que necesitaría. Debo decir que comprar ropa en Espana no es fácil; toda la ropa es como de gay. Solo se ven camisetas pegaditas y con un aspecto muy poco varonil, franelas estrechitas y demás boludeces de la moda que sinceramente no van conmigo. En Zara compré una franela vinotino unicolor como por 5 euros. Luego en H&M Mariel me consiguió una bermuda a cuadros que estaba buena y unos interiores (3 por 10)  y finalmente en Springfield (todo esto en La Rambla) compré una franela y un short traje de baño (que terminaría siendo mi pijama) como por 35 euros todo. Ante el hecho claro de que no nos lográbamos comunicar con Pony mi primo, Carlos Andrés Labrador Acosta, decidió ofrecerme su casa para quedarme al menos esa noche o hasta que lograse comunicarme con Pony y mudarme para allá. Ese gesto para mí fue de gran agrado y además de que me cambió para bien mi estadía en Barcelona ya que estuve acompañado de familia y así pude hacer de Barcelona una verdadera casa en Europa. Nos fuimos a una tienda a un costado de La Rambla llamada Decatlón donde compré un colchón inflable y su respectivo inflador (inflador que pagó mi primo porque ya la plata que me había dado la aerolínea había fenecido) para dormir en su casa; la verdad es que es el colchón inflame más cómodo en el que jamás he dormido. 
Atosigados por el hambre, nos fuimos a comer ya al filo de las 10 de la noche a un restaurante llamado Madonna también a un costado de La Rambla donde tenían un menú por 12 euros que incluía entrada, plato principal y postre. La comida estuvo muy buena, sofisticada, abundante y sabrosa. Allí fui por primera vez a un baño público compartido para hombres y mujeres cuyo lavamanos era una batea de granito como esa donde restriegan los coletos. 


Después de comer, con la barriga llena y el corazón contento, nos fuimos hasta la Plaza Catalunya donde nos hicimos las fotos de rigor y vimos desde lejos la nueva I Store que habían abierto en la ciudad. Mariel (la novia de mi primo) se conocía todos los buses que iban hasta la casa, cosa que me fue muy útil después ya que aprendía a combinar el metro y los buses (sobre todo los nocturnos) para moverme a todos lados y a toda hora por Barcelona. Esa noche aprendí que los buses que tienen una N son los nocturnos y que nit significa noche en catalá. Una vez en casa de mi primo, en la Carrer de Praga frente al Bar Yuna, bajándose en la estación Alfons X, inflamos el colchón y estuvimos despiertos hasta tarde conversando y tratando de encontrar una fuga de agua aparente que había en el apartamento. El 16 de agosto terminaría en la madrugada del 17 mientras que Mariel, Musiú y yo confeccionábamos el ambicioso recorrido que emprenderíamos la mañana siguiente por la ciudad. A todas estas yo seguía despreocupado por lo de mi maleta y confiado en que Avianca cumpliría me fui a dormir feliz, feliz de estar en Barcelona con mis primos empezando una aventura que durante un año había estado planeado y que no tenía que preocuparme más qué por mi equipaje y porque la cobija no se me fuera para un lado porque en Barcelona hace calor, pero por las noches se mete el frío por la ventana y te resfría y te deja sin medias. 

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