lunes, 17 de septiembre de 2012

Con el morral a cuestas - Europa 2012 - Día III


DIA III

Despertarse temprano en la mañana en España durante el verano es completamente inútil. Nunca había estado en contacto de forma tan directa con una situación en la que encajase tan bien aquel dicho que dice “No por madrugar amanece más temprano”  Ahora me aventuro a decir que el creador de esa frase tan verídica seguramente fue un turista que anduvo por España en algún verano. Y cuando hablo de temprano en la mañana estoy hablando de las 8 de la mañana; para aquellas personas que viven en poblaciones satélites de las grandes ciudades en las cuales trabajan y que se tienen que levantar a las 4 am para estar a tiempo en su lugar de trabajo mi comentario sonará ridículo, pero imagínese por un momento salir a la calle a esto de las 9 de la mañana y encontrar todo cerrado, sin un alma caminando por las aceras y todas las vitrinas con un aspecto metálico de santamaría dominguera que no es fácil de asimilar para alguien que viene de un país donde a las 7:30 – 8:00 ya todo está funcionando. Pero el choque se acrecienta cuando usted se dirige a uno de estos bazares chinos, o quincallas como le llamamos en Venezuela, y se encuentra con un cartelito en la puerta enrejada que dice “Cerrado por vacaciones, volvemos el 5 de septiembre” Nótese que se trataba de un bazar chino; dicho esto creo que no es necesario dar más ejemplos de cómo se repetía la situación en comercios cuyos dueños y trabajadores no eran chinos sino ibéricos. 

Toda esta explicación viene dada porque el 17 de agosto comenzó a eso de las 8 de la mañana con toda esa emoción que viene dada con los primeros días de viaje y con esas ganas, que casi llegan a premura, de aprovechar el tiempo al máximo. Recuerdo que cuando me levanté mis primos seguían durmiendo, cosa que me pareció un tanto extraña ya que por lo general quienes somos estudiantes o tenemos hábitos de estudio solemos levantarnos temprano justamente para aprovechar el tiempo, y cuando se tiene una primaria, un bachillerato, una carrera universitaria y un postgrado en proceso el hábito de levantarse temprano es casi que indefectible. Luego cuando salí a la calle y me encontré con aquella paz de capilla entendería el sueño prolongado de mis primos. Una vez que me di mi respectivo postín para cepillarme los dientes, afeitarme, arreglarme en fin, luego de haber hecho mi respectivo escándalo mientras me alistaba, se levantaron mis primos y me dispuse a ir al supermercado a comprar un jugo de naranja y un queso para el desayuno, mi primer desayuno en Barcelona. Recuerdo claramente las instrucciones de Musiú, podía ir al Día o al Consum, ambos estaban en la calle situada en el extremo superior de la Carrer de Praga, el uno en la acera contigua a la mano derecha a unos 30 metros, el otro en la acera de enfrente a mano izquierda un poco más lejos que el primero. Sin estar muy seguro de por qué, me fui hasta el Consum para comprar el par de cosas para el desayuno. Al entrar al supermercado instantáneamente se pueden percibir dos cosas: la primera es que el aire acondicionado si es capaz de reducir la temperatura interna como en unos 12 grados con respecto a la externa, lo segundo tiene que ver con eso que llaman turismo de supermercado que se ha puesto tan de moda entre los venezolanos que tenemos la dicha de viajar al exterior e ir a un supermercado. Esta modalidad turística no es otra cosa más que dirigirse a cualquier establecimiento de alimentos y contemplar maravillado cómo es posible que de un mismo producto hayan diferentes marcas, diferentes presentaciones, diferentes tipos para satisfacer cada uno de los gustos, y en los casos más célebres admirar como en efecto aún existen productos que ya habíamos dado por extintos como el café instantáneo, la leche en polvo, el aceite de maíz o los legendarios pañales, sin duda es una experiencia gratificante, cercana a lo divina y milagrosa. Una vez comprados el jugo y el queso (que compré pensando que era un manchego rebanado y terminó por no ser más que un “queso madurado”) volví a casa ya pudiendo sentir el sopor y la inclemencia del verano español. La sensación que se percibe en las calles es similar a la que se percibe en Guarenas o Puerto Ordaz durante un infame día caluroso como cualquiera. Imagínese usted en la avenida Las Américas de Puerto Ordaz esperando una camionetica en la Plaza Los Tubos a las 2:30 de la tarde, esa es una aproximación bastante certera a como se siente el verano en Barcelona. Sin embargo debo decir que la gente habla de forma exagerada sobre el clima y sobre todo la temperatura durante el verano en Europa. Estando aún en Venezuela, muchas personas supuestamente entendidas en la materia me habían hecho creer que al llegar a Barcelona estaría sintiendo el calor como en el mismísimo infierno, y que muy probablemente el abrazo incómodo de la resolana y el látigo funesto del sol me iban a echar de Barcelona antes de que cantara el gallo; debo decir que esto es falso, o mejor dicho, fue falso durante mi estadía. Es cierto que el calor es fuerte, abrazador, de estos que azotan durante todo el día a las paredes de los edificios y luego permanecen durante la noche para recordarte que mañana la inclemencia será igual o peor, más sin embargo no es nada que uno ya no haya soportado antes. La brisa, que junto con la sombra son los más grandes aliados frente al calor, siempre se hace presente en Barcelona ayudando a levantar el sopor que se acumula en las calles de la ciudad y a secar las medias e interiores que me veía forzado a lavar ante el demoro de mi equipaje. Sobre el desayuno terminaré por decir que las arepas son, y serán por siempre, la mejor sinestesia que podrá tener cualquier venezolano que se encuentre fuera de su tierra y que quiera sentirse, al menos por un mordisco, devuelta en ella. 

Ya habíamos trazado el plan, minucioso como el de Bolívar durante la campaña admirable (metáfora históricamente abusiva) y nos dispusimos a salir para hacer un par de diligencias primero en el barrio de Lesseps, el cual se convertiría en mi patiadero durante mi estadía en Barcelona. Dicen (y no sin razón) que conocer una ciudad es caminar las mismas calles que los lugareños, comer en los mismos sitios que los lugareños, en fin, vivir como un lugareño es conocer un lugar. Nos fuimos a pie desde la casa hasta Lesseps por la Travesera de Dalt (nunca supe quien era Dalt y creo que nunca lo sabré) hasta una callecita donde sacaban copias de llaves y luego a la antigua residencia de mi primo donde cerca había lo que parecía un hidrante que era una fuente, pero lo usaban de bebedero tanto los perros que andan desnudos y en cuatro patas como los perros que andan vestidos y en dos patas. Hechas las diligencias nos fuimos hasta la plaza Lesseps, a un par de cuadras de donde estábamos y allí conocí la biblioteca Jaume Fuster, la cual impresiona por su diseño moderno hecho en paneles de madera y acero que le da un aspecto de bunker para el estudio y el conocimiento; entramos en la biblioteca buscando dos bondades divinas como el aire acondicionado y el wifi gratis, desde allí me comuniqué por primera vez con Caracas desde mi celular y me reganaron por querer enviar una nota de voz estando dentro de la biblioteca, fail allí. La plaza Lesseps es una inmensa plancha de concreto, escasamente arbolada donde reinan unos parales de acero imitando a un cubo pintados de negro; justo allí tomamos el metro hasta la estación Paseig de Gracia donde nos encontraríamos con la Casa Batlló y La Pedrera, primeros objetivos del paseo de ese día. Basta con caminar unos pocos metros por la avenida Diagonal para darse cuenta de que se encuentra en la zona más a la moda, y probablemente la más costosa, de la ciudad, Louis Voutton, Armani, Channel, Boss y todos sus amigos están en esa avenida a no muchas cuadras de distancia la una de la otra. Finalmente en medio de los árboles y el tumulto aparece la casa Batlló, edificio diseñado por Antoni Gaudí y patrimonio de la humanidad declarado por la UNESCO (igual que La Pedrera, la Sagrada Familia y la Colonia Güel) El decorado de la fachada de la casa (que es más bien un edificio) hace juego con su entorno arbolado, combinando las flores y las ramas que hay en los mosaicos del edificio con las flores y ramas naturales que proporcionan los árboles de la avenida. El precio de la entrada al edificio era de 15 euros, mucho tiempo, mucha plata, así que la foto respectiva y chao a la Casa Batlló. A solo un par de cuadras de distancia está La Pedrera, otro edificio diseñado por Gaudí y famoso por sus chimeneas en forma de suspiro. Los precios para conocer el edificio eran similares a los de la Casa Batlló y sinceramente nunca he sido un admirador especial del trabajo de Gaudí de modo que me limité a sacarme las fotos de rigor (bueno a pedirle a Musiú que me las sacara) y a visitar la gift shop del edificio donde para nuestra sorpresa (triste sorpresa) no había aire acondicionado. Había un tractor amarillo en medio de la acera. 


De camino a la Plaza Catalunya nos encontramos con la tienda Ferrari donde estaba el monoplaza que utilizó Fernando Alonso cuando se tituló campeón del mundo en el 2008, junto al auto estaban el casco y el motor del vehículo, el cual vale 55000 euros y es una edición limitada. Ya en la plaza Catalunya bajé a la oficina de turismo (porque la oficina de turismo está en un pasadizo debajo de la plaza y allí si hay aire acondicionado) donde me dieron un mapa con lo que volví a sentirme listo para recorrer la ciudad; no sé si sea un fenómeno común pero yo me siento desvalido cuando estoy en una ciudad desconocida y no cargo un mapa. Continuamos cuesta abajo por La Rambla desde plaza Catalunya hasta el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) bajo un sol inclemente que se multiplicaba en los vidrios de la que dan forma al museo, un edificio inmenso de color blanco mate y fachada de vidrios y acero, todo muy moderno. En el camino de vuelta a La Rambla llamé desde unos pakis (luego explicaré quiénes son estos personajes) me hice una foto con un maniquí que tenía una máscara de power ranger y encontramos un negocio llamado: Cuchillería Primitivo Labrador, por supuesto, foto obligatoria. De vuelta en La Rambla bajamos hasta el mercado de La Boquería, del cual había leído bastante, y que deslumbra por la multitud de piernas de jamón serrano que cuelgan de los techos de los kioscos del mercado y la infinidad de quesos que se exhiben para la venta; también habían unos jugos en medio de hielo que si al verlos no te daba sed es porque no tenías sangre en las venas, ahí vimos a Jörlöv. Seguimos caminando cuesta abajo hasta cruzar a la izquierda e internarnos al barrio gótico, ya instigados por el hambre, atravesamos el barrio gótico sin poder eludir esa impresión que producen los edificios la cual hace que parezca que si la gente que deambulara por esas calles estuviese vestida con los harapos del siglo XII no habría forma alguna de determinar si se estaba en la Barcelona del siglo XXI o la de los cuentos de hadas. Continuamos hasta el mercado de Santa Catarina donde finalmente nos sentamos a comer en una mesa compartida con una familia (mamá y dos hijas) que creo que era rusa. La comida estuvo muy buena, el lugar era caro si, era bonito si, era sabroso si, era caro también. El baño resultaba un tanto absurdo por cuanto los muñequitos que se usan para identificar los baños de hombres y de mujeres estaban todos rotulados juntos de manera que era imposible diferenciarlos, aquello no era más que una forma de decir que solo había un lavatorio tanto para hombres como para mujeres. Fin del show. 


La hora del burro no siempre tiene lugar entre las 3 y 4 de la tarde. En los países del norte, durante el verano, la hora del burro hace su aparición entre las 5 y 6 de la tarde aun a plena luz del sol y con el mismo calor abrumador de los países tropicales. Después de comer y estando en este lapso horiburrezco, fuimos a comprar en un supermercado Día que estaba justo al lado del restaurant donde comimos (los supermercados son el mejor aliado de un viajero aventurero y con poco presupuesto) para comprar unos helados; la caja tenía que ser de tres helados porque éramos tres personas, ni de dos, ni de cuatro, ni de uno servía porque no éramos ni cuatro, ni dos, ni uno, ni tres veces uno ni ¾ de personas, éramos tres, así que hurgamos en la nevera del supermercado hasta dar con la cajita perfecta: eran tres helados de mantecado cubierto con chocolate a un precio, que si no me falla la memoria, era menor a un euro, difícil de conseguir algo mejor. Luego nos sentamos justo en frente en unos bancos de concreto para empegostarnos los dedos y la cara con el helado congelado que luchaba por mantenerse en pié azotado por los 38 grados de temperatura, sin duda un héroe, que dio su vida por calmar el sopor de nosotros tres que muy felices comimos, cominos y nos empegostamos de alegría, de esa alegría que solo el gel antibacterial puede remover. Hecho esto volvimos a la plaza que está frente a la Catedral en medio del barrio gótico, allí entramos por iniciativa al Museo Taller de Gaudí, recinto donde por la módica suma de 3 euros se podía mirar una exposición que contenía muestras y audiovisuales de las ruinas de la antigua ciudad amurallada de Barcelona, una colección de los vestidos y atuendos utilizados por la realeza italiana en el siglo XXVII (que aun no entiendo por qué se exhibían en ese museo) y finalmente una interesante galería de maquetas, audiovisuales, recortes de periódico y modelos del taller de Antonio Gaudí en la cual se explicaba con detalle la forma de trabajar del arquitecto catalán. Debo decir que esta exposición cambió mi percepción sobre la obra de Gaudí por cuanto pude observar el elemento matemático, calculador, de ingeniería, presente en sus obras el cual me resultó sumamente admirable, contrario a lo que era mi percepción anterior de que las obras de Gaudí eran mera fachada y fanfarria pero carentes de verdadero ingenio. A demás de esto el museo tenía dos puntos a su favor, tenía aire acondicionado y tenía de esos banquitos que sirven para dormir sentado por cinco minutos. Para terminar con el barrio gótico nos fuimos hasta el interior de la Catedral. Era la segunda vez que la visitaba más sin embargo no dejó de resultarme imponente, sobre todo en la altura de su techo y la solemnidad de los nichos en los que se venera a cada santo. Al salir de allí vimos un show de capoeira que unos brasileros juglares hacían en la calle, estuvo entretenido. 

En Europa o se camina muchísimo o no se va a Europa, de modo que nos fuimos al Palau de la Música Catalana al cual llegamos después de darnos una ligera perdida y entrar a un café llamado Caracas a tomar orxata, una bebida similar a la chicha que toman en Catalunya para refrescarse. De los edificios que conocí en Barcelona, el Palau de la Música Catalana está entre los primeros dos (solo mejorable por la Sagrada Familia que sin duda alguna está en un nivel harto superior a cualquier construcción) por el aspecto único y a la vez sencillo de su arquitectura la cual parece haber sido hecho de tal manera que no sobrase ni faltase un solo adorno. En un principio íbamos a acudir a algún espectáculo pero no fue posible porque las funciones eran muy tarde (a demás de poco llamativas) y las que eran más llamativas eran muy caras, de modo que tomé la visita guiada en español (a la cual entré de milagro) por la suma de 8 euros y así pude visitar y conocer la historia del recinto musical con la guía de una chica catalana que tenía los ojos muy bonitos. La historia del Palau no la voy a contar aquí, me limitaré a decir que nunca había visto a las rosas, los árboles, las musas, el vidrio coloreado y  el tapizado rojo juntarse para hacer un recinto más hermoso. Allí conocí a una pareja de venezolanos, casualmente la señora formaba parte del orfeón de la Universidad Simón Bolívar y me comentó que vendrían a presentarse en el Palau a mediados del mes de febrero de 2013. Una vez terminada la visita en el edificio declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO, tomamos el metro en la estación Urquinaona hasta el Port Olimpic que es una suerte de malecón junto a la playa que fue construido como zona recreacional para las olimpiadas de Barcelona 92 y que actualmente es una de las zonas más modernas y costosas de la ciudad. En el Port Olimpic se encuentran dos torres que son emblemáticas de Barcelona, la torre MAPFRE y el hotel Arts. Allí mismo se encuentran una gran cantidad de restaurantes, discotecas (camino del metro al Port nos cruzamos con un demente que gritaba “viva el opio”) y lugares de moda de la ciudad, todos muy caros obviamente. Estando en Caracas había leído mucho sobre el Port Olimpic y en efecto se cumplió la premisa que tenía sobre él, es un lugar donde se respira un ambiente de lujo (tiene una marina también repleta de yates y veleros) confort, modernidad, arena y mar; aquello era una versión más desarrollada del Paseo Colón en mi querido Puerto La Cruz, durante todo el relato del viaje se podrá notar mi especial inclinación hacia las ciudades portuarias. Después de las fotos respectivas, en especial con las torres y con una escultura en forma de pez que está en lo alto del puerto, nos fuimos andando por toda la playa hasta la Barceloneta; a todas estas ya se había hecho de noche lo que significa que ya eran al menos las 9 de la noche, hora a la que cae el sol durante el verano en Barcelona. El recorrido pareciera cerca pero en verdad es lejos, al menos unos 2 km de distancia deben de haber entre el Port Olimpic y la Barceloneta. Una vez en la Barceloneta debí saciar mi apetito con un kebab en un negocio frente al mar. Pagué unos 7 euro por todo (el kebab, papitas y una cerveza), luego me enteraría por el Musiú de que el hombre que preparaba los kebab se secaba el sudor con el mismo trapo que limpiaba el mostrador, jummy.  


El autobús número 32 fue el que nos llevó de vuelta a casa, increíble como Mariel es una suerte de base de datos ambulante que contiene todos los buses que llevan hasta la Travesera de Dalt o a las cercanías de la Carrer de Praga. El viaje de vuelta fue uno de esos en los que te sientes agotado pero satisfecho de haber cumplido la misión de recorrer y conocer la ciudad, pero por encima de todo de pasarla bien y sentirse feliz por estar haciendo eso que estuviste deseando por más de un año. Sin embargo, la función de ese día no podía terminar sin que antes de llegar a casa en una decisión de segundos bajásemos del autobús (primero pensaríamos que era poco antes de la casa pero luego nos daríamos cuenta de que era un poco lejos)  en el barrio de Gracia donde durante esa semana se celebraban las fiestas del municipio. Curiosamente en Barcelona los distintos municipios (que en verdad no son municipios como los que tenemos en Venezuela son más bien zonas o barrios) realizan festividades todos los años para conmemorar sabrá Dios que cosa; en las fiestas de Gracia se realiza una competencia entre los vecinos que consiste en decorar su calle y la que haya sido ornamentada de forma más ingeniosa y llamativa es premiada por un jurado. Lo más admirable es que todos los decorados que vi estaban hechos con materiales de reciclaje y era realmente impresionante como con unas botellas plásticas, bolsas de supermercado, pitillos y demás materiales de desecho se puede hacer de una calle un pasadizo de luces, colores, gente, cervezas y choripanes sencillamente mágico y lleno de vida. Antes de irnos de Gracia (ya eran como la 12 y media de la noche, cerca de la una de la madrugada) pasamos por una plaza que estaba toda adornada con los personajes de Nintendo y videojuegos. Kirby, PacMan y por supuesto Super Mario estaban presentes en diversas formas, desde cartulinas que colgaban en el cielo sostenidas por unos alambres hasta un gran mosaico de Super Mario hecho con cajas que desde lejos recordaba el Abraham Lincoln de Salvador Dalí; al fondo una tarima con unas bandas de rock que creaban un ambiente de festival callejero, libre, joven y vibrante. Camino de vuelta a casa montamos muchas cuestas por calles empinadas, ya nuestras piernas no daban un paso más pero debían darlo porque aun no estábamos en casa; pasamos por un parque donde los postes están torcidos e iluminan el suelo como una luciérnaga posada sobre una baranda haciendo que provoque pararse bajo el foco y hacerse una foto. 

Finalmente llegamos, yo me di un baño de esos que devuelven el alma al cuerpo y que sirven de somnífero a la vez. Solo me quedó lucidez para acomodar las sillas de la mesita de comer para poner el colchón y dejar lugar para que Mariel pudiese pasar al baño en la noche sin que se cayera por culpa del colchón. Me acosté feliz pensando que había aprovechado al máximo ese día que terminaba y que mañana finalmente recibiría mi equipaje, que ya podría estar cómodo con mi ropa y que no tendría que ponerme la franelita vinotinto esa toda pegadita que compré sin fijarme mucho en Zara. El amanecer siguiente me ensenaría que no se deben de dejar las cosas a la buena de Dios y sentarse a esperar a que lo bueno te pase. Que si se tiene un inconveniente hay que llamar al infame seguro tantas veces como sean necesarias para que te respondan y que cuando uno se acuesta a dormir y pone a cargar la batería de la cámara debe de fijarse de que haya quedado bien conectada. 


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