martes, 1 de septiembre de 2015

Yo nunca había ido a Maracaibo



La capital zuliana había sido una frontera inalcanzable para mí en toda una vida de viajes, siendo hijo de un comekilómetros como mi papá, y habiendo recorrido yo mismo con un morral a cuestas varias fronteras. Así, a pesar de varios intentos, creé un misticismo alrededor de esa ciudad de calor, frituras, palabras exóticas y mujeres hermosas.

Nada ocurre por casualidad. Ya la vida se había encargado de enseñarme sobre la existencia de una fuerza superior que se encarga de hilar las cosas para hacer redes de felicidad y buenos momentos. Aquellas cosas que llegan a la vida de forma inesperada, o por rutas que no son las que uno estaba esperando, suelen traer entre manos lo más valioso de todo.

Yo nunca había ido a Maracaibo, hasta que cumplí 20 años. Tuve que esperar a tener un amigo holandés para poder ir y descubrir el mito. El transporte público prehistórico, la comida tri-frita y las calles infernadas por el calor, todo eso rodeado por un montón de gente, en su mayoría pasada de peso, gritona, bullera, infinitamente amable, simpática y servicial. Quizás fue suerte, y coincidió con mi primera vez, pero para alguien acostumbrado a viajar sin tomar apegos ¡con qué facilidad me hicieron sentir en casa!

Para uno no es siempre fácil asimilar la facilidad con la que esa gente, los que viven allá en medio del calor y El Lago, se vuelven con cordialidad y optimismo hacia ti. Debe ser lo que yo llamo “El Síndrome del caraqueño” - que consiste más o menos en la expresión de esos prejuicios malos que uno carga por vivir en Caracas – lo que te impide comprender ese fenómeno con facilidad.

Nunca pensé, aunque tenía indicios para hacerlo, que en esa primera incursión a Maracaibo iba a encontrar el amor, hecho una persona, o personita mejor dicho. Quizás ella tampoco lo sabía, porque al fin y al cabo también me estaba encontrando; quizás no era a nosotros quienes buscábamos, pero secretamente estábamos queriendo encontrarnos. Tal vez fue la lluvia que allá nunca cae, pero esa noche cayó, o tal vez fue el calor, que a ambos nos fundió las manos, la piel y los sentimientos.

¿Cómo hace un caraqueño que se enamoró de una maracucha? ¿Cómo se explica eso? Tanto hablar de las Águilas del Zulia, de Ricardo Aguirre y la Grey Zuliana, tantos años criticando una dieta desmedida en grasas y el acento cantado para terminar muerto de amor, anhelando el sabor de un pastelito de papa con queso, el frío que se le sube al cerebro a uno con un cepillao o una caminata hirviente en la Vereda del Lago; aprendiéndose las canciones de los grupitos boyband de allá, leyendo Panorama y de vez en cuando traicionando al acento caraqueño con un voceo mal enunciado.

Yo nunca había ido a Maracaibo, hasta que la conocí a ella. Nada ocurre por casualidad, no en vano me había tardado toda la vida en visitarlo por primera vez, ya la Providencia me tenía algo preparado. No hace falta explicar nada cuando uno tiene ganas de vencer al tiempo, la distancia y su grupito para estar con el amor de la vida. Yo siempre voy a Maracaibo, me gusta mucho, tanto, que me enamoré de un pedacito suyo, tanto, que me lo quiero traer. 

4 comentarios:

  1. Rafa,
    Ame leerte en este Post.
    Me alegra que te hayas decidido a abrir tu blog tal como tanto anhelabas!
    Me encanto, prometo leerte siempre.
    Besos

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    1. Andre, muchísimas gracias por estar siempre allí, como los buenos amigos.
      Prometo regalarte muchas historias más.
      Un abrazo!

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  2. Que ternurita leer esto Rafa, recién descubriendo que tienes un blog pero ya tienes una fiel lectora, un besito enorme <3

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    1. Muchas gracias ML! Un honor recibir tus elogios, estaré postiando más para ustedes.
      Un abrazo!

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