Pareciera ser que nada en nosotros ha cambiado
desde aquellos tiempos en que nos arrancábamos las extremidades a machetazos y lanzazos
en las llanuras de la Primera República. Pareciera que seguimos estando atados
a ese barbarismo indómito que galopa sobre las planicies siguiendo la misma
senda de destrucción y sangre que dejaron Boves, Monagas, Gómez… Pareciera que
Santos Luzardo no ha podido ganarle la pulseada a Doña Bárbara y que esta lo
sigue torpedeando desde el tremedal, que Ño Pernalete sigue administrando
nuestra injusticia y que los Mujiquitas cada vez duran menos.
Pareciera no, estoy seguro de que seguimos siendo los mismos venezolanos que se
mataron durante 5 años de Guerra Federal, al galope de los caudillos, todos
hábiles y bribones, seguimos siendo los mismos solo que cambiamos las lanzas,
las bestias y los machetes por pistolas, motos y redes sociales.
¡Vaya herencia interminable que nos han dejado
los libros de historia desde que Baralt hizo el primero para ensalzar a Páez!
¡Vaya flaco favor nos hicieron al meternos en la cabeza que el heroísmo solo se
encuentra en un campo de batalla y que su precio se paga siempre con muertos y
violencia! Definitivamente poco o nada hemos aprendido de Betancourt, de
Medina, de Convit, Gallegos, Reverón y tantos otros que se han llenado de
gloria sin soltar un solo tiro. Salvando el determinismo histórico, la
actualidad nos enseña que seguimos creyendo que temeridad y farfulla son lo mismo
que valentía, que la prudencia y la cobardía son la misma cosa, que solo hay
gloria en el campo de batalla, que solo hay salidas y no cambios, que para
cambiar al país tienen que haber muertos. Quizás fue porque nos enseñaron que
los grandes héroes de la Patria son
todos militares entrañables fustigadores de la disidencia, que seguimos siendo
adictos al caudillismo y al sórdido grito de reivindicación que una y otra vez
lanzan los políticos para ganar cuotas de poder a costillas del dolor social,
para luego lanzarnos por un abismo y desaparecer como el borracho que le pega a
la esposa y luego se sienta a la mesa a esperar el almuerzo. Seguimos siendo un
pueblo visceral que toma sus decisiones de acuerdo a las emociones que le
generan las proclamas y las canciones, y no conforme a aquello que
razonablemente le conviene, probablemente porque aún carece de razón y
desconoce su conveniencia. Por eso es que el “¡patria socialismo o muerte!”, el “no volverán” y “ni un paso
atrás” todavía venden; por eso es que los ojos punzantes del autoritarismo
aun nos vigilan desde la autopista en fondos multicolores y diseños modernos
que nos recuerdan que los medios cambian pero las pasiones quedan.
La oposición venezolana dio señales de que
algo había aprendido durante más de una década de revolución bolivariana cuando
decidió sentarse junta en la misma Mesa
de la Unidad Democrática; cuando convocó a primarias y respetó su resultado, cuando decidió desistir
del empleo de los grupos de poder para hacerse con el control de la Nación,
cuando se olvidó de los caminos rápidos y sinuosos para avocarse a la lucha
democrática. Pero lamentablemente no todos aprendieron del 11 de abril – mucho
menos de la Guerra Federal o el 27 de febrero – y como es lógico, en ese
conglomerado de posturas donde partidos como Movimiento Laborista y Primero
Justicia se ponen bajo la misma tolda, hay quienes siguen jugando al loto de la
incitación y el revanchismo que tantos dividendos pagó al “Gigante”, para hacerse con una mayor cuota del pueblo que no cree
en la revolución y que adolece, lleno de angustia y desespero, los estragos de
la crisis obscura en la que estamos sumergidos. Que poca originalidad la de
López y Machado, pero sobre todo López, al venderle a sus adeptos la idea de
que hay salidas expeditas a esta crisis social, que #lasalida es sacar al
chavismo de Miraflores, creándoles así la falsa expectativa de que estamos como
estamos solo por falta de protestas, porque somos más, porque nos han robado
todo este tiempo, porque el líder que tenemos – que nosotros mismos elegimos y
apoyamos cuatro veces – nos ha traicionado dejándose arropar por el letargo de
la democracia y que si es posible despertar de esta pesadilla si nos abalanzamos todos a la calle a exigirle al
gobierno que nos devuelva lo que es
nuestro. Es la misma fórmula que en su momento aplicó Boves para nutrir su
ejército de negros y pardos habidos de revancha sobre los blancos criollos, es
la misma proclama visceral que capitaliza las frustraciones y la angustia de la
gente para volverlos una tropa y mandarlos a que los maten otros venezolanos,
igual de lacerados por el mismo discurso infame pero teñido de rojo. Quien
promulga una opinión como esa sencillamente no entiende la complejidad y las
dimensiones del conflicto que genera el caos en el que se sume Venezuela hoy.
La protesta, como siempre he dicho, es un derecho sublime y fundamental para la
existencia misma de la democracia, es imposible imaginar la discrepancia sin
lucha y sin calle, pero otra cosa muy distinta es plantear el país como un
campo de batalla en el que se dirime la lucha de una mitad por imponérsele a la
otra. Esa fórmula ya la aplicó Chávez cuando fue mayoría aplastante y cerró el
puente a la conciliación y el diálogo, porque no le interesaba ni lo necesitaba
ya que al fin y al cabo tenía la mayoría y en democracia las mayorías son las
que mandan. Caer en eso es un absurdo.
Sin embargo, aunque las luces naranjas sigan
llamando a dejarse llevar por las emociones, hay quienes seguimos pensando que
dada la complejidad del desafío que enfrentamos solo la conformación de una
nueva mayoría indiscutible en la sociedad hará posible que cambios
significativos se den en la Nación. Capriles ha demostrado – desmarcándose de
estas posturas radicales - estar
consciente de la titánica y progresiva labor de la que requiere la sociedad
para hacer un cambio posible; no es quemando cauchos ni tirando piedras como se
convence a quienes tienen carencias y no creen en el proyecto de la MUD ”¿Quién
le habla a esa mujer a ese hermano que sufre y está en una cola hoy, que no
está pendiente de violencia ni de marchas, nada de eso, sino que está pendiente
de ver cómo lleva la comida a su casa?¿quién les habla?” Es respondiendo esa
pregunta y asumiendo el reto que supone ser un político verdadero en un país con
tantas dificultades como este, solucionando problemas y trabajando por quienes
nadie trabaja la forma adecuada de construir Nación. Hace bien Capriles al
diferenciarse de quienes siguen creyendo que esto es una situación transitoria
que se soluciona sacando al gobierno, demostrando así un talante de verdadero
compromiso democrático que está por encima de cualquier interés personal. La
historia nos pone en el compromiso de superarnos como sociedad a través de la
tolerancia, el trabajo, la valentía y el respeto para convertirnos en
ciudadanos y avanzar como país o quedarnos incrustados por siempre en el
tremedal de Las Queseras del Medio y
Campo Carabobo. No existe tal cosa como una salida inmediata, no existe tal
cosa como el nuevo amanecer con un cambio en la silla de Miraflores, aquí lo
que viene es lucha, trabajo y más trabajo. Yo como demócrata elegí ese camino,
y como dijo Capriles “nosotros elegimos el camino que para algunos puede ser
largo pero es el camino seguro, el de meternos en el corazón de todos los
venezolanos”
RL
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