viernes, 14 de febrero de 2014

¿Por qué somos los venezolanos adictos al conflicto y a qué nos lleva #lasalida?


Pareciera ser que nada en nosotros ha cambiado desde aquellos tiempos en que nos arrancábamos las extremidades a machetazos y lanzazos en las llanuras de la Primera República. Pareciera que seguimos estando atados a ese barbarismo indómito que galopa sobre las planicies siguiendo la misma senda de destrucción y sangre que dejaron Boves, Monagas, Gómez… Pareciera que Santos Luzardo no ha podido ganarle la pulseada a Doña Bárbara y que esta lo sigue torpedeando desde el tremedal, que Ño Pernalete sigue administrando nuestra injusticia y que los Mujiquitas cada vez duran menos. Pareciera no, estoy seguro de que seguimos siendo los mismos venezolanos que se mataron durante 5 años de Guerra Federal, al galope de los caudillos, todos hábiles y bribones, seguimos siendo los mismos solo que cambiamos las lanzas, las bestias y los machetes por pistolas, motos y redes sociales.

¡Vaya herencia interminable que nos han dejado los libros de historia desde que Baralt hizo el primero para ensalzar a Páez! ¡Vaya flaco favor nos hicieron al meternos en la cabeza que el heroísmo solo se encuentra en un campo de batalla y que su precio se paga siempre con muertos y violencia! Definitivamente poco o nada hemos aprendido de Betancourt, de Medina, de Convit, Gallegos, Reverón y tantos otros que se han llenado de gloria sin soltar un solo tiro. Salvando el determinismo histórico, la actualidad nos enseña que seguimos creyendo que temeridad y farfulla son lo mismo que valentía, que la prudencia y la cobardía son la misma cosa, que solo hay gloria en el campo de batalla, que solo hay salidas y no cambios, que para cambiar al país tienen que haber muertos. Quizás fue porque nos enseñaron que los grandes héroes de la Patria son todos militares entrañables fustigadores de la disidencia, que seguimos siendo adictos al caudillismo y al sórdido grito de reivindicación que una y otra vez lanzan los políticos para ganar cuotas de poder a costillas del dolor social, para luego lanzarnos por un abismo y desaparecer como el borracho que le pega a la esposa y luego se sienta a la mesa a esperar el almuerzo. Seguimos siendo un pueblo visceral que toma sus decisiones de acuerdo a las emociones que le generan las proclamas y las canciones, y no conforme a aquello que razonablemente le conviene, probablemente porque aún carece de razón y desconoce su conveniencia. Por eso es que el “¡patria socialismo o muerte!”, el “no volverán” y “ni un paso atrás” todavía venden; por eso es que los ojos punzantes del autoritarismo aun nos vigilan desde la autopista en fondos multicolores y diseños modernos que nos recuerdan que los medios cambian pero las pasiones quedan.

La oposición venezolana dio señales de que algo había aprendido durante más de una década de revolución bolivariana cuando decidió sentarse junta en la misma Mesa de la Unidad Democrática; cuando convocó a primarias y  respetó su resultado, cuando decidió desistir del empleo de los grupos de poder para hacerse con el control de la Nación, cuando se olvidó de los caminos rápidos y sinuosos para avocarse a la lucha democrática. Pero lamentablemente no todos aprendieron del 11 de abril – mucho menos de la Guerra Federal o el 27 de febrero – y como es lógico, en ese conglomerado de posturas donde partidos como Movimiento Laborista y Primero Justicia se ponen bajo la misma tolda, hay quienes siguen jugando al loto de la incitación y el revanchismo que tantos dividendos pagó al “Gigante”, para hacerse con una mayor cuota del pueblo que no cree en la revolución y que adolece, lleno de angustia y desespero, los estragos de la crisis obscura en la que estamos sumergidos. Que poca originalidad la de López y Machado, pero sobre todo López, al venderle a sus adeptos la idea de que hay salidas expeditas a esta crisis social, que #lasalida es sacar al chavismo de Miraflores, creándoles así la falsa expectativa de que estamos como estamos solo por falta de protestas, porque somos más, porque nos han robado todo este tiempo, porque el líder que tenemos – que nosotros mismos elegimos y apoyamos cuatro veces – nos ha traicionado dejándose arropar por el letargo de la democracia y que si es posible despertar de esta pesadilla si nos abalanzamos todos a la calle a exigirle al gobierno que nos devuelva lo que es nuestro. Es la misma fórmula que en su momento aplicó Boves para nutrir su ejército de negros y pardos habidos de revancha sobre los blancos criollos, es la misma proclama visceral que capitaliza las frustraciones y la angustia de la gente para volverlos una tropa y mandarlos a que los maten otros venezolanos, igual de lacerados por el mismo discurso infame pero teñido de rojo. Quien promulga una opinión como esa sencillamente no entiende la complejidad y las dimensiones del conflicto que genera el caos en el que se sume Venezuela hoy. La protesta, como siempre he dicho, es un derecho sublime y fundamental para la existencia misma de la democracia, es imposible imaginar la discrepancia sin lucha y sin calle, pero otra cosa muy distinta es plantear el país como un campo de batalla en el que se dirime la lucha de una mitad por imponérsele a la otra. Esa fórmula ya la aplicó Chávez cuando fue mayoría aplastante y cerró el puente a la conciliación y el diálogo, porque no le interesaba ni lo necesitaba ya que al fin y al cabo tenía la mayoría y en democracia las mayorías son las que mandan. Caer en eso es un absurdo.

Sin embargo, aunque las luces naranjas sigan llamando a dejarse llevar por las emociones, hay quienes seguimos pensando que dada la complejidad del desafío que enfrentamos solo la conformación de una nueva mayoría indiscutible en la sociedad hará posible que cambios significativos se den en la Nación. Capriles ha demostrado – desmarcándose de estas posturas radicales  - estar consciente de la titánica y progresiva labor de la que requiere la sociedad para hacer un cambio posible; no es quemando cauchos ni tirando piedras como se convence a quienes tienen carencias y no creen en el proyecto de la MUD ”¿Quién le habla a esa mujer a ese hermano que sufre y está en una cola hoy, que no está pendiente de violencia ni de marchas, nada de eso, sino que está pendiente de ver cómo lleva la comida a su casa?¿quién les habla?” Es respondiendo esa pregunta y asumiendo el reto que supone ser un político verdadero en un país con tantas dificultades como este, solucionando problemas y trabajando por quienes nadie trabaja la forma adecuada de construir Nación. Hace bien Capriles al diferenciarse de quienes siguen creyendo que esto es una situación transitoria que se soluciona sacando al gobierno, demostrando así un talante de verdadero compromiso democrático que está por encima de cualquier interés personal. La historia nos pone en el compromiso de superarnos como sociedad a través de la tolerancia, el trabajo, la valentía y el respeto para convertirnos en ciudadanos y avanzar como país o quedarnos incrustados por siempre en el tremedal de Las Queseras del Medio y Campo Carabobo. No existe tal cosa como una salida inmediata, no existe tal cosa como el nuevo amanecer con un cambio en la silla de Miraflores, aquí lo que viene es lucha, trabajo y más trabajo. Yo como demócrata elegí ese camino, y como dijo Capriles “nosotros elegimos el camino que para algunos puede ser largo pero es el camino seguro, el de meternos en el corazón de todos los venezolanos”



 RL 

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